EDITORIAL.- Avanzado ya el segundo decenio del siglo XXI, no se sabe si somos más libres o más moralistas, si nos hemos soltado definitivamente el moño o somos más mojigat@s que nuestr@s abuel@s. Lo cierto es que son muchos los tabús que siguen pesando sobre nuestras costumbres, modos y lenguaje. Reivindicamos el derecho a amar libremente, hacemos el amor, practicamos sexo oral, sexo anal, sexo virtual… ¿Para cuándo el “tengo derecho a follar con quién me dé la gana” en una pancarta? Porque en ocasiones se hace el amor, pero en muchas otras se folla y corremos el peligro de que lo políticamente correcto se apodere de nuestras alcobas.
Uno de esos grandes tabús es la pornografía, especialmente la gay y no digamos ya la lésbica o la trans. Actores heterosexuales se ganan el pan en el porno gay y luego están las supuestas lesbianas de uñas larguísimas que se dirían más apropiadas para una suplencia de Freddy Krueger en “Pesadilla en lesbo Street”. Años escuchando plañideras quejas sobre el tema del porno lésbico para que, cuando se ruedan escenas de sexo explícito como las de “La vida de Adele”, los foros de cine se llenen de comentarios de escandalizadas lesbianas temerosas de que algún pajillero triste se inspire con el tema. Y todo eso, cuando ya creíamos superado el debate de los años 70 sobre la conveniencia de la penetración entre mujeres, por aquello de reproducir roles heterosexuales. ¡Tela!
Por todo lo dicho resulta reconfortante que el Schwules Museum de Berlín presente la muestra “Porn that way” sobre pornografía homosexual desde el siglo XIX hasta la actualidad. Desde las citas en callejas oscuras y postales sugerentes en tonos sepia al “porno reality” sin obviar, por supuesto, la alargada sombra del SIDA que también planea sobre la producción pornográfica. Películas, fotos, juguetes sexuales, equipos de rodaje y la aportación de colecciones privadas pueden encontrarse en esta exposición. Pero sobre todo lo que encontraremos es un espacio de libertad para la mirada, el hiperrealismo anatómico de la pornografía, sin guion y sin artificio. Y una vez superada la incomodidad inicial, la risita nerviosa y el codazo al acompañante, descubriremos que el Schwules Museum no hace otra cosa que visibilizar lo oculto dentro de lo oculto, el estigma último de la marginalidad.
El crítico de arte y profesor Pere Parramon en un brillante artículo sobre la muestra “Porn that way” cita a Nagisa Oshima, director del film “El imperio de los sentidos” cuando afirma “La pornografía es la revelación de lo oculto que se quiere ver y que, una vez visto, deja de ser obsceno para convertirse en liberador”. Porque lo obsceno es la negación, porque el deseo es transversal y no siempre viene de la mano del amor y la aterradora plaga finisecular del SIDA enseñó a ponértelo y ponérselo, pero en las fantasías sexuales no hace falta ni ponerse condón, ni cortarse las uñas.
Editorial Gayles.tv
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