EDITORIAL.- Seis personas que participaban en la tradicional Marcha del Orgullo Gay en Jerusalén sufrieron ayer un ataque con arma blanca a manos de un judío ultra ortodoxo, que ya había cometido una agresión similar en el año 2005 y acababa de salir de prisión por ese delito. Dos de los heridos estarían en estado muy crítico según informa el equivalente judío a la Cruz Roja.
El ataque se produjo cerca de la calle Kerem Ayesod, en el centro de la ciudad, donde alrededor de 5.000 personas desfilaban en la Marcha del Orgullo Gay. Los organizadores de la manifestación habían pactado con la policía un recorrido alejado de los barrios con más significación religiosa de la ciudad para evitar enfrentamientos innecesarios. Pero el agresor no tuvo problema en desplazarse armado con un cuchillo de cocina para cumplir la misión que Dios le había encomendado.
Hasta aquí la información estricta, los datos, las palabras. Pero ¿Qué hacer con la rabia? ¿Dónde esconder el dolor, el miedo, la impotencia? ¿Qué hacer con el estupor y las lágrimas? Porque la locura tiene un nombre, Yishai Shlissel, un nombre que no se escribe con las sagradas letras inefables del nombre de Dios. Y la locura tiene una mirada de sangre y desvarío, la mirada del fanático, del asesino despiadado. ¿En el nombre del Padre? ¿Por el amor de qué Dios?
Ahora las autoridades y los grandes rabinos de Israel se dan cabezazos contra el muro de las lamentaciones mediáticas. Netanyahu considera el ataque “un detestable crimen de odio cuyo autor será juzgado” y los dos grandes rabinos emiten sendos comunicados mientras se mesan las muy ortodoxas guedejas afirmando que la agresión va “en contra de la Torah judía”. ¡Ya les vale!
Shlissel había proferido amenazas, había avisado que repetiría su ataque en cuanto le fuera posible, había publicado un escrito en el que calificaba de “abominación” la celebración del PRIDE en Jerusalén. Y a pesar de todo ello y del “gran dispositivo de seguridad” que un portavoz de la policía asegura que se había desplegado en la Marcha, Shlissel campaba a sus anchas, con su sombrerito, su cuchillito, su mirada de loco y su encargo divino. ¡Ya les vale!
Mientras una chica con la libertad en la mirada se desangra en el suelo de Jerusalén sin entender absolutamente nada. ¡Ya les vale!
Editorial Gayles.tv
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