EDITORIAL GAYLES.TV.- Hemos puesto punto final a la Semana Santa con sus imágenes desgarradoras, sus penitencias auto infligidas y su viernes de dolor. Y no deja de ser curiosa la extraña atracción que ejerce la visión de Cristos crucificados y Dolorosas rotas por la pena.
Hay un proverbio checo que asegura que “el placer y el dolor se acuestan en la misma cama” y no queda claro si tiene un sentido metafórico o literal. La interpretación queda un poco a gusto del consumidor: si hablamos de sentimientos se puede entender que el amor siempre viene acompañado en mayor o menor medida de dolor porque nada es para siempre y lo único que permanece es el cambio, o sea que más tarde o más temprano aquello que hoy nos produce placer acabará haciéndonos llorar.
Pero hoy queremos hablar aquí del sentido literal, de la relación entre placer y dolor. El BDSM, las prácticas “bondage” o más llanamente el sadomasoquismo había llegado a formar parte del listado del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, pero fue retirado de él y en la actualidad podemos hablar de una creciente aceptación social de ese tipo de prácticas. Para muchas parejas, independientemente de su orientación, los juegos de poder, sumisión y dolor forman parte de la relación. Pero todavía podemos hablar de personas que tan sólo consiguen obtener placer prestándose a actividades sexuales extremas en relación al dolor.
Hace apenas unos días Shangay.com publicaba un listado de juguetes eróticos para gais y lo que llamaba la atención era que varios de ellos parecían pensados para jugar con el dolor: pinzas para pezones, ganchos anales que parecen proceder del atrezzo de “La matanza de Texas”, esparcidores anales que podrían estar en cualquier taller mecánico… Y todo ello con la calificación de aquello “que ningún gay debe obviar”.
Pero ¿existe una justificación científica para esa atracción placentera por el dolor? Al parecer sí. En primer lugar el placer y dolor comparten el área del cerebro donde se generan, la línea que los separa es muy pequeña y ambas sensaciones primarias activan el mismo circuito cerebral y liberan dopamina. La dopamina es un químico cerebral que genera una sensación agradable similar a la de las drogas. Ante traumatismos o situaciones extremas, noticias graves o accidentes, el cuerpo produce elevadas doses de dopamina que amortiguan el dolor y generan una sensación placentera de relajamiento y bienestar. Por ello al provocar dolor producimos también esa sensación de aligerar el sufrimiento que asociamos con el placer.
Un científico llamado Leknes dirigió recientemente un trabajo en el que colaboraron las universidades de Oxford y Oslo. Este grupo de investigadores ha conseguido demostrar que el cerebro se comporta de forma distinta cuando un mismo dolor de intensidad moderada se compara con un dolor ‘peor’ o más intenso o con uno ‘mejor’ o más llevadero. Los participantes en el experimento sintieron ese dolor moderado como placentero cuando lo comparaban con otro más intenso. A nivel cerebral se observó una mayor activación en el circuito de recompensa que incluye las cortezas prefrontal orbital y ventromedial. Es decir, al aligerar el dolor se producía una recompensa mayor y el placer no radicaba tanto en el dolor en sí como en el alivio que produce liberarse de él.
En resumen podríamos decir que las prácticas que asocian dolor y placer no deberían ser vistas como malas o buenas, como deseables o denigrantes. Sencillamente no podemos aplicar un rasero moral para hablar de ellas, deben ser siempre el resultado de una actividad compartida que ambas partes aceptan, algo que forma parte de la intimidad y que sólo incumbe a quienes lo practican.
GAYLES.TV
Televisión Online