EDITORIAL.- Parece claro que como colectivo vivimos un momento de apertura y reconocimiento. Hemos pasado de la crónica negra a las páginas centrales de los medios con más tirada, del cine porno y la comedia chusca a las alfombras multicolor de los festivales, del ocultamiento, en fin, al glamour de famos@s y polític@s saliendo del armario.
Pero también resulta evidente que somos un sector de la población codiciado por empresas, ayuntamientos y medios de comunicación que, han descubierto el supuesto poder adquisitivo de los miembros de la comunidad LGTBI.
Los tan traídos y llevados argumentos de la ausencia de cargas familiares, de los elevados ingresos profesionales y de la alta tasa de consumo en ocio y cultura, nos convierten en el blanco de campañas, promociones, festivales y eventos. El príncipe del capital se ha encontrado la tarjeta de crédito de Cenicienta y ahora nos busca desesperadamente a ver si encaja en nuestra cartera. De repudiad@s a desead@s, del menosprecio al halago.
Todo ello es comprensible si tenemos en cuenta que el 10% de la población supone el 15% de la inversión en turismo mundial. O que la tasa de crecimiento del turismo homosexual duplica al heterosexual.
Pero nada justifica perder los papeles y jactarse públicamente de lo ventajoso que resulta económicamente organizar eventos LGTBI. A cuento de la celebración de un festival, recientemente hemos podido leer declaraciones en el sentido de que el turismo gay es rentable porque, “de momento no tenemos hijos, lo que nos permite gastar más en nosotros mismos y viajar en cualquier época del año porque no tenemos que conciliar nuestros viajes con las vacaciones escolares”. De lo leído molesta el tópico (much@s sí tenemos hijos) y la visión puramente mercantilista. Pero lo que no debería reivindicarse es que un festival LGTBI no es un alegato a la identidad, sino “una excusa para atraer a más turistas durante este fin de semana”.
En este caso se dice el pecado y no el pecador, porque la intención no es molestar a nadie, sino abrir una reflexión sobre el fin último de un certamen LGTBI, que siempre debería ser la búsqueda de la visibilidad, la reivindicación de la igualdad y en fin, un punto de encuentro para la comunidad. Que ello genera negocio, genial, pero que sea una consecuencia, no la causa esgrimida a los 4 vientos.
Editorial Gayles.tv
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Totalmente de acuerdo, nunca había reflexionado sobre este particular. Sois el nuevo y gran negocio de los empresarios (que tristeza), no hay convicción en las ideas hay simplemente euros. Pero por otro lado me alegra comprobar que somos muchos los que consideramos que no hay ninguna diferencia, lo mas importante es ser buena persona. Se quiere a los demás por su sinceridad, su sonrisa, sus penas y repito por ser buena persona. Os kiero chic@s. Besazos.
Muchas gracias Lucía por tu comentario. Realmente es triste saber que nuestros esfuerzos están siendo utilizados con un fin económico por personas que no tienen ningún interés en la igualdad. Por eso, es importante que seamos conscientes de este tipo de «eventos» y luchemos en contra de estos actos. Actos que ensucian el verdadero concepto de dignidad humana. Ninguna persona debe ser considerada la «moneda de oro».