El testimonio brillante, lúcido y conmovedor del padre de un chico transexual
GAYLES.TV.- Son tantas las historias de silencio, de armario, de amenazas, de burlas, de incomprensión y es tanto el dolor acumulado en el tiempo por miles de personas que no han podido ser quien eran, que leer un texto como el de Emilio García, “Un año con J.” en el Huffington Post», no puede sino conmovernos profundamente.
Emilio, que es ex presidente y vocal de la junta directiva de ASTIC, ha escrito una carta de homenaje a su hijo J., alguien a quien, como dice en uno de los primeros párrafos, “le fue asignado al nacer un género que pronto empezaría a descubrir que no sentía”. Al leer y releer el escrito se descubre poco a poco qué es lo que tanto nos emociona y es el inmenso amor de ese padre por su hijo, no la aceptación, no la tolerancia o la comprensión, es mucho más, es la reivindicación absoluta de la diferencia, la alegría de ser su padre y el sentirlo como “un golpe de suerte”, como todo lo escaso, como el trébol de cuatro hojas o la estrella fugaz que atraviesa el firmamento.
Es un texto lleno de poesía, de ternura, de orgullo, dónde el único duelo que se siente es el de los “doce años que perdimos de tener a J. junto a nosotros”. Y aún, traspasando la frontera de la generosidad, escribe: “Es un privilegio inmerecido estar con J. en el tiempo de la esperanza cuando no supe estar lo suficiente con él en el tiempo del dolor”. Sin palabras.
Sólo nos queda reproducir aquí este maravilloso texto íntegro para que podáis disfrutarlo y dar las gracias a Emilio por haber querido compartir su felicidad, su ternura y la buena nueva de la llegada al mundo de J. tras lo que su padre llama un “parto que duró dieciocho años”.
“Crucé la frontera de los cincuenta años con la seguridad del gran Manuel Vázquez Montalbán, con la certeza de no tener edad para cambiar mi visión del mundo. Y a los cincuenta y esa visión sigue inalterada, fortalecida más si cabe tras el primer año de vivir con mi hijo, J. Suena extraño decirlo cuando él acaba de superar la mayoría de edad, pero hasta hace unos años era una mera sombra escondida en la intimidad familiar. Tras una vida ocultándose, J. decidió dejar de hacerlo. Tan simple y tan difícil como eso. Reclamarse a sí mismo como diverso y manifestar a todos en su entorno su voluntad de tránsito hacia quien es.
Un trébol de cuatro hojas, una estrella fugaz… encontrarse con lo escaso es un signo de ser afortunado. Unos datos dicen que mi hijo es uno entre diez mil, otros que es uno entre cuarenta mil. Ser su padre es un golpe de suerte. Verle todos los días es una lección de vida y resistencia. A su edad, ya ha tenido que combatir en más batallas que las que muchos tendremos que enfrentarnos en nuestra vida. Han sido las primeras luchas de la guerra por su propia identidad. Y aún le quedarán infinitas por batallar. A menudo, los hijos se nos parecen. Con frecuencia, nos superan en aquello que más valoramos, porque aprenden de nuestras contradicciones y debilidades.
A mi hijo le fue asignado al nacer un género que pronto empezaría a descubrir que no sentía. Contrariamente a los nacidos de cesárea, vino al mundo llorando. Quizá fue tan pronto como eso que fuera consciente del error de criterio médico-administrativo que le clasificaba como mujer. Sólo hace unos meses que ha podido enmendar el registro civil. Atrás queda un nombre y un género que nunca debieron ser relevantes. Aunque para ello, haya sido necesario acreditar una vida entera de dolor, los años de tratamiento de la confusión de sentirse diferente. Someterse al absurdo legal que hace de la identidad una enfermedad. ¡Cuánto más humano sería clasificarnos a todos simplemente como personas!
Caminar con J. su tránsito es más fácil desde que decidió vivir conforme con quien siempre ha sido: el niño que quería dejar la falda y pedía unos pantalones como los otros niños en sus primeros días de colegio. Señales de identidad que quedaban difuminadas en el ruido de nuestra cultura heredada y educación recibida. Con cuánta más fuerza hubiera reclamado la petición de mi hijo ante el colegio de haber entendido realmente el mensaje. Su colegio de toda la vida, al que doce años más tarde pedí que le llamaran y trataran como quien era. No hubiera aceptado ya un ‘no’ por respuesta. Se graduó de segundo de bachiller con su nombre, terminamos su periodo escolar por donde debimos haber empezado. Doce años que perdimos todos de tener a J. junto a nosotros. Cuántas personas más como mi hijo no estaremos disfrutando porque a su alrededor no haya quien identifique su realidad ni conozca instrumentos para rescatarles.
Dolor es la ausencia total de esperanza. No sentí duelo porque mi hijo dejará de vivir como quien nunca fue. Aflicción sentí cuando sus cicatrices nos mostraron lo cerca que estuvimos de perderle. No había esperanza cuando pasaba largas horas durmiendo, soñando con cruzar el espejo que reflejaba la imagen de quien no era. Aún quedan imágenes suyas de ese tiempo por la casa, una época que cada día parece más lejana. Resulta extraño saber ahora cuánta disconformidad e incomprensión podía ocultarse tras aquel rostro infantil, imaginar su sentirse extraño a las reglas binarias de su entorno. Al lado, empiezan a aparecer fotografías de quien es, ojos con una vida por delante. Es un privilegio inmerecido estar con J. en el tiempo de la esperanza cuando no supe estar lo suficiente con él en el tiempo de dolor.
Visibilizar el apoyo a su tránsito es una tarea fácil. Su valor nos da fuerzas a todos los que estamos cerca de él. J. afronta cada paso que le acerca a si mismo con una sonrisa. El tratamiento mensual de hormonas y, en unos días, su primera intervención quirúrgica para acomodar su cuerpo a su sentir. Lo difícil no es estar con él cada día, lo difícil es entender a quienes desearían perpetuar y reforzar las barreras que le impidieran ser quien es. ¿Por qué les molesta tanto la diferencia y la diversidad? Pero ellos no importan. Los importantes son mi hijo y tantos que son como él. Los importantes son todos aquellos que les apoyan cada día en la reivindicación de su identidad, como en su caso la Fundación Daniela.
Sí, el primer año con J. ha sido un año vivido intensamente. Con prisas, a veces alguien dice a nuestra espalda o de frente. Que prueben a ser nacidos en un parto que dure dieciocho años. Mi hijo ya esperó demasiado tiempo para empezar a vivir”.
Fuente: Huffington Post
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